Friday, December 19, 2008

Veladas esperanzas singulares

Hace un tiempo, había escrito sobre la singularidad, ese teórico punto en el tiempo donde logremos una computadora capaz de obtener conciencia pegando un salto cualitativo respecto al progreso observado en las computadoras para permitir que estas asomen a ese raro fenómeno que llamamos conciencia.

Hoy leo en la Dr. Dobbs un artículo que tangencialmente toca el tema. El artículo es bastante menos especulativo que el que apareció en Spectrum, y habla de problemas actuales que se resuelven mejor pensando en un software capaz de aprender del entorno por medio de la incorporación conocimiento y no en software estructurado como una cantidad de reglas fijas que se aplican en cada situación para decidir la conducta a tomar.


Así, dice el autor, uno podría enseñar a un vehículo espacial no tripulado (el autor fue CTO y CIO de la NASA) a sentir 'temor' ante determinadas situaciones, de forma que este las evite evaluando la intensidad del 'temor'.


Suena lógico y las redes neuronales produjeron más de un éxito, no es mi deseo negarlo.


Sin embargo, me parece, este modelo de aprendizaje se enfrenta con algunas limitaciones serias. En primer lugar, es deudor de la teoría del asociacionismo
, que pretende que el aprendizaje es, simplemente, la formación de asociaciones entre conceptos. En su forma más extrema, el conexionismo, sostiene que las redes asociativas, expuestas a entrenamiento, pueden explicar toda la cognición. La idea del conexionismo sostiene que no se necesita más que el modelo de conexiones que se influyen unas a otras para explicar nuestra inteligencia.

No es mi intención y está lejos de mis capacidades tomar partido en la disputa académica, solo digo que me siento persuadido por el argumento de que nuestros procesos mentales se basan en las combinaciones de partes significativas, y muchas de esas partes significativas y del proceso combinatorio, muy probablemente, haya sido moldeado por millones de años de evolución y esté presente en nuestro cerebro desde que nacemos. La idea, que ha venido a cuestionar el conexionismo, se llama sistematicidad (sistematicity)


Volviendo al ejemplo del vehículo espacial no tripulado y su temor a las situaciones peligrosas, a nosotros nadie nos ha enseñado a sentir temor, como sabe cualquiera que haya convivido con un niño de pocos meses y observe sus miedos a la oscuridad, a la soledad, a los ruidos estridentes. El argumento cobra más fuerza cuando hablamos de animales. El 'miedo' es un sentimiento favorecido por la evolución (los peligros del entorno se encargaron de quienes no habían desarrollado un cerebro equipado para sentir 'miedo') que no se aprende. El golpe a la teoría del asociacionismo es inevitable: el aprendizaje se da sobre la existencia de un sistema especializado, siendo el aprendizaje más el seteo de algunos parámetros ('algunos' puede significar un número terriblemente alto), que la formación de asociaciones.


Noam Chomsky (en su faceta de lingüista) ha propuesto que el lenguaje es una capacidad innata, que sigue una gramática universal que tenemos impresa en el cerebro y que el entorno 'solo' viene a llenar algunos parámetros para que adoptemos nuestra lengua madre. Algunos experimentos parecen darle la razón (aunque solo sea un forma preliminar), y su idea de la gramática universal se ha extendido, al menos con un nivel de éxito que amerita ser tomado en cuenta, a otros ámbitos, como por ejemplo, la moral.
(la manera en que nuestras intuiciones morales innatas pueden complicarnos la adopción de determinadas formas de trabajo podría ser un buen tema para un próximo post)

En este contexto, no diría que el conexionismo está muerto, pero al menos debe abandonar sus ideas más extremas, como que se puede aprender sin reglas que especialicen los instrumentos para el aprendizaje. O dicho de forma más clara: un software que aprende, para ser lo suficientemente confiable como para guiar un vehículo no tripulado que puede terminar estrellándose en la ciudad de New York (o en cualquier otro lado) debería tener una cantidad de reglas que lo preparen para aprender aquello que queremos enseñarle. Verdad de perogrullo? No para mis profesores de inteligencia artificial en la facultad.


El autor de la nota no dice directamente que los 'dispositivos de aprendizaje' que propone sean de propósito general, pero se orienta en algunas afirmaciones, que, en mi opinión, van demasiado lejos: asegura que es el ambiente el que determina como funciona la memoria, lo que está lejos de estar demostrado. O cuando habla de plasticidad ("plasticity": the ability to form connections and reinforce connections based on previous training) olvida mencionar las limitaciones que tiene la plasticidad de nuestro cerebro.


Tal vez la afirmación más extrema del autor sea que the machine's performance is modeling that of the mammalian brain. Esto se pasa unos cuantos pueblos: a lo sumo lo que se está modelando es la parte que creemos entender del funcionamiento del cerebro de los mamíferos.


Todo esto, aunque sea para no creer a libro cerrado las promesas del marketing más o menos encubierto que el tipo hace de su compañía en ese artículo.

Wednesday, December 17, 2008

Oportunidades perdidas y mejoras inesperadas

Con frecuencia caigo presa de la sensación de oportunidad perdida. No es de extrañar, porque, en definitiva, haciendo retrospectiva y con el curso de los acontecimientos ya claros, la mejor estrategia siempre parecerá algo así como obvia. Y uno, que siempre cree que ha intuido correctamente el curso de los acontecimientos, se lamenta de no haber elegido la mejor estrategia.

La sensación de oportunidad perdida me asalta con frecuencia cuando me pongo a pensar en mi carrera universitaria. No es que no haya aprendido nada, pero no puedo evitar pensar que tanto tiempo y esfuerzo debieron haber dado más.


Esa sensación me asaltó de nuevo cuando por una de esas malsanas casualidades di, por segunda vez en mi vida, con un librito pobre que fue escrito con el objetivo de introducir la problemática de la ética profesional en el desarrollo de software (o al menos así me lo presentaron). El librito en cuestión cuenta la historia de un accidente provocado por un robot que, al mover equivocadamente su brazo mecánico, mató a su operador. Sí, lo tuve que leer para una materia de la que prefiero olvidarme dada por un profesor del que prefiero no recordar su nombre.


Es de lo peor que he leído (y eso que he leído cada porquería, solo por citar algunas). No le falta ninguno de los tópicos: el programador prima donna que porque es un desordenado toma apuntes a mano en un cuaderno (y no en un libro de actas de escribano o en unos bajorrelieves en la pared de la oficina, como parece ser la opción que le queda cómoda al autor, dado que la wiki en 1996 no era una opción), el físico que refunfuña y quiere enviar a la cárcel a un tipo porque confundió elementos de una fórmula (los ingenieros saben que los físicos son antisociales, refunfuñan, difícilmente se les entienda algo alguna vez y son intolerantes con todos los que no entienden su oscuridades). Por supuesto, como el físico es físico y es un cabrón (que es lo mismo) le explica al periodista el error de programación sin hacer el más mínimo esfuerzo por no usar palabras técnicas y hacer el asunto comprensible para alguien no técnico (de hecho, si el error que describe el personaje del físico en ese libro tiene sentido, yo no lo entiendo)
.

Por último, hace su entrada el gran profesor de ética que, a través de una maravillosa entrevista, nos viene a dar todas las respuestas. Este último personaje sería un sentido homenaje que el autor del libro se hace a sí mismo. El autor es un genio, y no lo creen pregúntenle a él.


Que llevó a mis profesores de entonces a maravillarse con ese libro cuando un análisis de un hecho real hubiese sido mucho más rico? No quiero ensañarme con ellos, pero , que tal el análisis del desastre del Challenger y del informe completo de la comisión Rogers, en particular del informe en minoría del que ya hablamos?. Recuerdo que leímos el libro con moderado interés, pero la sensación de que la historia era demasiado obvia y los 'plot devices' eran bastante gruesos, sumado al tamaño injustificado, hacían que la historia no terminara de despegar.


El análisis del desastre del Challenger, por otra parte, era un hecho real: aún si alguien tenía la sensación de que la historia era demasiado obvia y demasiado orientada para darle argumentos a una tesis final, la realidad era incontrovertible. Si hablamos de ética profesional, el informe en minoría era un excelente ejemplo de lo que realmente implica la ética profesional y la honestidad intelectual. No puedo evitar pensar que hubiese sido muy enriquecedor conocer en la universidad unos cuantos autores que hoy pienso imprescindibles.


Celebro, por eso, la idea de Juan Ramonet, quien fue mi profesor en las materias de investigación operativa, de agregar 'El placer de descubrir' (de Richard Feynman y que incluye el informe sobre el desastre del Challenger) a la lista de libros a leer durante la cursada de una de sus materias. Celebro, además, haber tenido un profesor como Juan (*): dado que los humanos tendemos a recordar lo bueno y olvidar lo malo, el haber tenido un profesor así hace que piense que mi carrera ha sido mejor de lo que en realidad fue.



(*) Cuando lo conocí, Juan repetía que "la mejor prueba de la decadencia de la universidad de buenos aires es que yo sea titular de cátedra, cuando estoy a lo sumo para jefe de trabajos prácticos. Y lo peor es que soy uno de los mejores profesores". Con la probable excepción de que no pienso que no esté calificado para estar donde está, estoy de acuerdo con la frase.

Thursday, December 4, 2008

Tengos unas cuantas cosas para hacer...

... pero me voy a tomar un rato para escribir este artículo. Escribo este artículo y luego, lo juro, sigo con el Gantt que tengo que hacer (*).

El asunto es que estaba posponiendo algunas obligaciones y en la búsqueda de buenos motivos para seguir posponiendo, di con un interesante artículo de Scientific American Mind (online acá) hablando sobre la tendencia a procrastinar.


Uno, que no cree en coincidencias jungianas, tiende a interpretar estas ‘casualidades’ como demostraciones de que en realidad la cosa no es tan rara y poco común: al fin y al cabo, si algo me ocurre no es que haya una fuerza misteriosa que lo guía sino que había una probabilidad razonablemente alta de que suceda. Según el artículo, el 20% de la gente procrastina (discúlpeseme el verbo) razonablemente seguido, lo que justifica unas cuantas páginas en Internet al respecto y un artículo en el Scientific American Mind.


Hay un motivo para procrastinar: evolucionamos en un ambiente donde la vida era bastante más impredecible que ahora (en el próximo minuto, muchas cosas podían matarte), donde la vida era mucho más corta y donde no tenía demasiado sentido pensar en el largo plazo. En ese ambiente, desarrollamos la tendencia a infravalorar las recompensas y las pérdidas cuanto más lejos estén en el tiempo (y no solo por el concepto de interés monetario) a favor de la satisfacción inmediata.


Como muchas de las cosas que hoy nos causan problemas (el artículo cita unos estudios que hablan de los problemas financieros, laborales y de pareja que sufren los americanos por culpa de esto), la procrastinación tiene, y particularmente tuvo, efectos benéficos. Quiero decir que es fácil dejar atrás algo que nunca sirvió y que no sirve. El problema viene cuando cosas que sirven o sirvieron por mucho tiempo se vuelven perniciosas.


Queda claro por qué la procrastinación sirvió y como ha evolucionado, no solo en los humanos, sino en nuestros primos monos. Cuenta el artículo que se ha sometido a monos a un estudio (lástima que en la edición online no estén las citas), que muestra la tendencia a procrastinar de nuestros primos cuando la recompensa se percibe como lejana en el tiempo.


Ahora, yo creo, como uno de los comentaristas del artículo, que a veces es una buena estrategia posponer decisiones y tareas: en caso contrario gastaríamos energías en cosas que, en perspectiva, no resultan ser tan apremiantes. Esto lo sabe cualquiera que haya trabajado en una empresa con la tendencia a adoptar problemas de moda: problemas que todo el mundo tiene en la boca un tiempo, que se asumen como la prioridad máxima a ser resuelta, se hacen millones de presentaciones mostrando lo terrible que es ese problema y el infierno que espera si no se resuelve pronto y de poco se va apagando el entusiasmo y el apuro, sin que la situación subyacente haya cambiado en lo más mínimo. Claramente, gastar energías en problemas así, dejándose llevar por los impulsos de la manada, no es eficiente.


El problema es que hay que decidir que cosas merecen nuestra energía y cuales no, y en el proceso podemos sobre expandir la tendencia a aplazar acciones y decisiones más allá de lo recomendable. Pienso que hoy nos amenaza más la procrastinación que el impulso descontrolado a resolver cuestiones que no valen la pena o el pensamiento obsesivo en el largo plazo. Como tantas otras intuiciones que tenemos del mundo, fueron moldeadas por la evolución durante millones de años en un entorno muy diferente al que nos construimos estos últimos cientos de años.


Acá, hay una serie de tips o consejos rápidos para tratar de manejar la tendencia a la procrastinación:

  • Simplemente empezá, porque el progreso en una tarea muchas veces motiva. Además, no te pierdas en dilaciones de planificación porque la experiencia indica que la mejor forma de obtener información sobre la tarea es comenzar a hacerla (alguien dijo metodologías ágiles?)
  • Si tenés enfrente una cuchara con moco y la tenés que tomar, hacelo rápido. No le sumes al displacer de tragarla el displacer de pensar que lo vas a tener que hacer.
  • No te engañes: no trabajás mejor bajo presión. No es cierto.
La procrastinación es, básicamente, una tendencia que tenemos impresa en nuestros genes: sobrevaloramos la ganancia en el corto plazo (el sentirnos bien por dejar de la lado la tarea desagradable) versus la pérdida en el largo plazo, que, como decíamos arriba, tendemos a infravalorar.

No se al resto, pero a mí me sirve la racionalización de conductas nocivas como forma de intentar controlarlas. Entender que sufro algunas tendencias no por imbécil, sino porque mi cerebro actúa de determinada forma, me sirve para intentar controlar esas tendencias: abandono la tarea de intentar no sentir lo que siento, que demanda mucha energía y tiene un resultado incierto, para intentar que lo que siento no me haga actuar de forma autodestructiva o perjudicial para mí mismo.


(*) Pocas tareas se me hacen más procrastinables que hacer Gantts. Le comentaba el otro día a L., me convertí a las metodologías ágiles cuando leí que Fowler decía que los Gantts no son la mejor herramienta para aplicar al desarrollo de software