Durante mucho tiempo el mundo académico ha tenido que lidiar con un hecho innegable que parecía sustentar algunas interpretaciones de nuestra sociedad que definitivamente repugnan. Aún así, este hecho es indiscutible: a lo largo de la historia, algunas culturas han sido muchísimo más exitosas que otras para dar respuesta a los deseos y necesidades que nosotros los humanos arrastramos por la vida, a cuya exagerada respuesta llamamos confort y que consiste, basicamente, en tener una gran cantidad de energía a nuestra disposición.
De forma inevitable, las explicaciones que se han propuesto se han derramado hacia la política. Primero, y aún no del todo superado, se propuso el racismo: las culturas que mejor responden a nuestras necesidades básicas son las que están conformadas por individuos intrinsecamente superiores. Como respuesta a semejante despropósito, se intentó negar el punto de partida: se argumentó que, en realidad, las necesidades básicas humanas no existían y que dependían de cada cultura. Así, cada cultura daría respuesta a sus propias necesidades y no habría posibilidad de decir que los humanos vivimos más confortablemente en una cultura que en otra.
De todas maneras había un problema: se estaba ante un hecho cuya existencia parecía estar más allá de cualquier duda razonable, una explicación repugnante del mismo y un intento de refutación algo débil (en definitiva, tan débil como el racismo, pero de debilidad más obvia, digamoslo así) que para colmo se empecinaba en negar un hecho evidente. En algún momento, alguien (en realidad, no se si la idea la propuso él o solo escribió un libro contándola) vino con una explicación : el grado de tecnificación de una cultura depende de su cercanía e intercambio con otras, con el fin de aprovechar las mejores ideas del entorno (el grado de tecnificación determina el nivel de confort). Por eso, observamos las culturas más avanzadas en Europa: una alta densidad poblacional relativa al resto del planeta en casi todas las épocas, conjugada con el hecho de que Europa corre de Este a Oeste, por lo que los climas y geografías parecidos facilitaban la adaptación de las innovaciones del vecino. En América, en cambio, el cambio en latitud hacía que, por ejemplo, los animales de carga domesticados por los Incas no pudieran ser utilizados por los Aztecas, con lo cual la 'evolución de las ideas' se hizo más difícil.
Algo parecido pasa en las organizaciones. Me comentaba un amigo que los gerentes y líderes de su cliente estrella no sabían que era una wiki, que era del.icio.us, no leían blogs y usaban internet para leer el diario o usar el home banking (o cosas inconfesables). Gerentes y líderes de IT, para más señas.
Se me ocurre que vale una analogía con la historia de la tecnificación y desarrollo de las culturas. Tu organización, por más grande que sea, se ha encontrado con un número pequeño de problemas y utiliza una cantidad de herramientas y técnicas limitadas, y su capacidad inventiva se limita a la capacidad inventiva de la gente que la integra. Si ese es tu único marco de referencia, te podés estar perdiendo el nacimiento de la metalurgia allá afuera.
Así como los highlands escoceses, dado su aislamiento geográfico, no pudieron construir su cultura sobre los adelantos tecnológicos de sus vecinos, estos tipos se encuentran con que no pueden reponer el conocimiento de la gente que se les va, tienen que volver a inventarlo. También encuentran terriblemente difícil resolver problemas que ya están bastante resueltos por ahí.
Más aún: compartir el conocimiento por fuera de tu organización es la única manera de asegurar que cierto conocimiento dentro de tu organización no se pierda. De nuevo la metáfora de Diamond: los habitantes de Tasmania tenían una cultura muy primitiva. No sabían hacer fuego, por ejemplo. Y sin embargo, cuando los aborígenes de Australia migraron hacia Tasmania, ya tenían un adelanto tecnológico mayor que el que los europeos encontraron en los habitantes de Tasmania. Por algún motivo (un liderazgo antitecnológico, muerte de los expertos por alguna causa rápida) perdieron parte de su conocimiento. Por supuesto, no es la única cultura que en la historia de la humanidad ha perdido parte de su bagaje de conocimientos, pero su aislamiento les impidió recuperar sus conocimientos simplemente imitando a sus vecinos.
En nuestra actividad no tenemos jefes luditas (bueno, no estoy seguro, pero asumamos que no) ni las plagas matan a nuestros sabios, pero creo que se puede aprender algo de la evolución de las culturas: tal vez valga la pena usar internet para algo más que leer el diario o pagar el teléfono, sobre todo si uno tiene alguna responsabilidad de gestión en una organización de IT. Y abrir a la comunidad lo que uno cree que aprendió podría servir, entre otras cosas, para que el conocimiento esté ahí después de un período oscurantista.
Pero aún tengo más: no termina de cerrarme la idea de que ir a escuchar a un gurú hablarle a un auditorio embelezado sea algo así como compartir el conocimiento. La construcción de conocimiento necesita, sin excepción, de la crítica. El conocimiento se modela a través del escrutinio de una comunidad interesada no en destruir al autor, sino en buscar las fallas del concepto propuesto y, en particular, en que punto ese concepto propuesto es incongruente con lo que se observa y con el conocimiento bien establecido, por lo que si todos estamos de acuerdo, me permito proponer, es que no hay ninguna idea que valga la pena.
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