Estos últimos años, la revolución cognitiva se ha estado extendiendo hacia los libros de divulgación. También es probable que uno, en sus esfuerzos infructuosos para dejar de ser la bestia inculta que es, haya dado por casualidad con los autores que se dedican a escribir sobre el asunto (Steven Pinker, Noam Chomsky, Thomas Kida, por ejemplo) para creer, como el estudio mismo de la cognición explica, que la fiesta comenzó cuando uno dio con ella (o dicho más generalmente, que uno entiende como la situación 'normal' a la que se conoció en el primer acercamiento).
Encuentro estos libros sumamente interesantes. Me interesa saber que parte de lo que somos está en nuestra naturaleza y que parte ha sido moldeada por el ambiente. Por otra parte, encuentro el estudio sobre la cognición (en particular el estudio de los sesgos cognitivos), además de muy interesante, importantísimo para mi trabajo diario: saber en que trampas suele caer nuestro proceso intelectual podría ser útil, si es que tuviéramos la esperanza de hacer algo para evitarlas.
Hace poco, vía Diego Navarro he conocido a Nassim Taleb. Taleb, un simpático (es un decir) ex agente de bolsa, anda por el mundo gritandole a quien quiera oirle que el rey no solo está desnudo, sino que además es gordo, feo y bastante tonto: nos recuerda que suponer que sabemos algo sobre el futuro comportamiento de sistemas que, por su propia naturaleza, son altamente volátiles es caer víctima de un sesgo cognitivo llamado ilusión de control. Esto es, creemos erróneamente que podemos prever, al menos con cierto grado de aproximación, qué va a suceder. Y lo peor es que sobre esas predicciones fallidas, falsamente rigurosas, decidimos nuestra conducta y tomamos riesgos.
Taleb compara el uso de estos modelos predictivos con la medicina del siglo XVIII: los médicos y los pacientes suponían que sus rudimentarios procedimientos eran, al menos, mejor que nada, cuando en realidad lo mejor que uno podía hacer era alejarse de los médicos y sus tratamientos nocivos ( la mala interpretación de esta situación dio nacimiento a una de las pseudociencias más exitosas: la homeopatía. Pero ese es otro tema).
En forma análoga a los médicos de antaño, nosotros pensamos que nuestra 'evaluación del riesgo' es mejor que nada. Nos dan escalofríos de placer cuando nuestra evaluación del riesgo es cuantitativa y cuando le asignamos probabilidades a los sucesos que identificamos. Que no haya la más mínima evidencia de que las probabilidades que estimamos tengan alguna relación con la realidad no nos impide disfrutar como enanos haciendo esto. Incluso más, tampoco nos importa que lo que termine por pasar no haya sido identificado siquiera con una probabilidad baja en nuestras predicciones.
Es divertido leer a Taleb (bueno, sería más divertido si uno viviera en Marte). Es divertido reírse de los financieros. Al fin y al cabo, nosotros somos informáticos, no tenemos esos modelos predictivos y ya mirábamos con sorna a los managers que hacían matrices de cuantificación de riesgos. Estamos a salvo de esta...
... No, yo no creo que estemos a salvo. Nosotros caemos en nuestras propias versiones de la ilusión de control. Creemos que podemos controlar los riesgos inherentes a la selección de proveedores o a la selección de personas. Y creemos que los podemos controlar por medio de una certificación de una entidad venerable, que nos garantiza que la-empresa-que-desarrolla-software cumple con el nivel cinco de CMMI. O que la-persona-que-lidera-proyectos es Scrum Master o PMP o ambas cosas, o alguna otra cosa. O que la-persona-que-gestiona-infraestructura tiene una certificación en ITIL.
Antes me preguntaba si saber de nuestros sesgos cognitivos nos abre la posibilidad de hacer algo. Creo que si no podemos hacer nada, al menos sí podemos no hacer algo: podemos dejar de experimentar la sensación de confianza tan hija de la ignorancia y tan buena para el desastre. Al fin y al cabo, como clientes, que un proveedor haya pasado un SCAMPI no baja nuestro riesgo, así como que el gerente sea PMP no implica que el riesgo del proyecto esté bajo control.
No niego la utilidad de los marcos teóricos que sistematizan (con suerte dispar, hay que admitirlo) el conocimiento adquirido por la industria y dan la oportunidad de encontrar los propios puntos débiles, como señala Martin Fowler. Me corto las venas antes de negar la importancia del conocimiento, el entrenamiento y la educación formal y no formal (aunque, como diría Stroustrop, no hay nada interesante que se pueda aprender en tres meses, y eso incluye a ser un buen gerente de proyecto). Creo que la educación formal y no formal en forma complementaria son imprescindibles para mejorar.
Pero tal vez, convenga separar nuestra valoración del conocimiento y el examen crítico de competencias de las certificaciones de entidades venerables. O, en todo caso, vayamos nosotros por el conocimiento y dejemos las certificaciones para los comerciales.
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