Tuesday, October 14, 2008

Se lo digo yo, que de esto se mucho

Esto sucedió unos 12 años atrás. Mi primer trabajo, aburrido, en un ambiente de un nivel pobre (me doy cuenta años después), pero que en ese momento viví como desafiante y lleno de oportunidades: bienaventurados somos quienes hemos recibido el enorme don del optimismo medio pelotudo.

Yo trabajaba en esos departamentos de soporte técnico que tienen las empresas que no son de sistemas, que por alguna razón llaman 'Gerencia de Desarrollo'. Es un poco buscapleitos, pero las empresas que no son de sistemas, no suelen tener departamentos de desarrollo, tienen departamentos de soporte de aplicaciones: corrigen alguna que otra nimiedad, implementan cuatro o cinco requerimientos nuevos al mes y atienden al usuario para cocinar datos con SQL ad hoc. Y atienden al usuario y cocinan datos, y así.

Por supuesto, mi llegada a esa empresa fue a través de una consultora, que a la muerte y al body shopping no le escapa nadie. Y ahí estaba yo, arreglando algunos bugs de un sistema pesimamente hecho (en C mal escrito, y con sintaxis de C++, para empeorar la cosa), fijándome por qué algunas transacciones se habían perdido, aceptando como un hecho que era normal que un sistema anduviera tan lento y tan mal, en definitiva, dándole manija al engendro ese para mantenerlo, no digamos andando, pero al menos con los procesos corriendo.

De paso, estaba conociendo como era el fascinante mundo empresarial. Una de las primeras cosas que aprendí era que había jefes. Eso lo intuía, porque si algo le queda claro a uno desde que tiene uso de razón es que hay estructuras jerárquicas. Además de los jefes, aparecieron ante mi otro tipo de personajes, estos inesperados: los gurúes, o los expertos. Estos eran gente grande (todos eran más grandes que yo en aquella época), normalmente de trato distante o, al menos, displicente.

Cuando se mencionaba a un gurú, su nombre se acompañaba de una fórmula, muy a la manera que los musulmanes usan para acompañar el nombre del profeta, la paz esté con él. Solo que en este caso la fórmula era "sabe mucho". Así se decía, por ejemplo, que "H. sabe mucho". Obviamente, no se los cuestionaba, ni siquiera se ponía a prueba lo que decían, hablaban ex cathedra.

Así, a mí me quedaba claro que tenía que seguir la corriente. No digo que haya creído honestamente en los gurúes (si bien no había formalizado para ese entonces mi postura filosófica, siempre la tuve medio pre-wired en mi cerebro) pero al menos no me sentía con derecho a cuestionar su trabajo o a hacer pruebas para ver si lo que decían era cierto. Podría decir que aceptaba su reinado, pero en el fondo la situación me parecía injusta, no sabía por qué. Diría hoy que en mi relación con ellos, era víctima de la disonancia cognitiva.

Un día, en particular, estaba enfrascado tratando de debugear un hermoso SIGSEV que el monstruo que me había tocado en suerte producía con puntualidad alemana cada cuarenta y cinco minutos. En el escritorio de al lado se sentaba C., un programador COBOL, que, ese día, estaba al borde del llanto porque un programa COBOL no compilaba. C. era un Programador Senior (tendría en ese entonces unos treinticinco años). Yo nunca vi COBOL más que en la facultad (la facultad no sirve para nada, título de otro post), por lo que me considero un tipo razonablemente afortunado, pero para dar la imagen de empleado del mes dije "C., te puedo dar una mano?". C. me miró incrédulo (le costaba entender como lo podría ayudar alguien con tan poca experiencia), y me dijo que sí, que claro, pero que el problema era demasiado complejo: no sabía si el COBOL estaba mal instalado en ese equipo porque ese programa no compilaba, y ese programa lo había escrito H. que sabe mucho y por lo tanto el programa no podía, por definición, estar mal escrito.

Asomé la cabeza y vi que había dos maneras de solucionar el problema: la primera era con un conocimiento acabado de la plataforma de COBOL (creo que era MicroFocus), y la segunda era leyendo el mensaje de error que daba el compilador informando que el problema era que el PATH de los archivos COPY (algo así como los headers del lenguaje C,creo recordar) tenía caracteres inválidos (la barra invertida en lugar de la estándar, o al revés). Cambiando la barra estándar por la invertida (o al revés) el programa anduvo.

C. no era un disminuído mental. Simplemente, no se atrevía a cuestionar la autoridad, estaba siendo víctima de la falacia del principio de autoridad, aún en un hecho tan nimio. No es un problema exclusivo de C., sino que todos tendemos a creer sin cuestionar en lo que dicen aquellos que, merecida o inmerecidamente, han ganado prestigio del entorno donde se desenvuelven.

No cuestionar la autoridad es, para Tom Kyte, una de las peores prácticas. No puedo menos que acordar con ello: todo concepto debe poder se puesto a prueba, no porque no existan expertos, sino porque, además de que hay menos expertos que gente que asegura serlo, todos, hasta los más grandes pueden cometer errores. Por otro lado, las cosas cambian: un concepto que era cierto con la tecnología de hace diez años, no es cierto ahora. Y además, si me permite la herejía, es posible que hasta los expertos se equivoquen.

Y si la pregunta es "vos quien sos para pontificar así desde tu blog? por qué deberíamos creer que vos sí sabés?", la respuesta es clara: suponiendo que esto lo lea alguien, no tienen por qué creer que yo soy un experto en nada.

3 comments:

uoL said...

Excelente post para reflexionar.

Ah y excelentes también los links que dejaste sobre todo el de la "disonancia cognitiva" y "falacia del principio de autoridad" no pude para de leerlos, realmente muy interesantes.

Se agradece que los compartas.

Diego Navarro said...

Sobre el tema de los "expertos", existe una gran definición dada por Taleb del problema asociado: problema del experto o del traje vacío (ver empty-suit problem aquí).

Improbable said...

Uol: Gracias. También hay un link muy interesante en el comentario de Diego.

Diego: gracias por el link. Si lo hubiese conocido hace unos años, podría haber ganado un amigo con una contestación más ácida ;-). Se trata de una anécdota parecida a la de este post: llegamos como consultores a una empresa. Obviamente, como no sabíamos como acostumbraban a vestirse ellos, fuimos de traje: era una puntocom y todos muy informales. Días después, en un almuerzo con esta gente, uno dice yo los vi llegar de traje, con las laptops y pensé 'la tienen clarísima'. Y lo dijo así, tan orgulloso de ser tener prejuicios...